No son las audiencias millonarias, la calidad de las jugadoras ni el interés de medios deportivos en los que hasta hace poquito la única mujer era la sonrojante “chica de AS” que adornaba los garajes de España. Tampoco los estadios llenos o la Queens League de Ibai y Piqué, siempre al quite de lo monetizable. Ni siquiera que mi padre hable de Salma como de Quini. Lo que me corrobora que el fútbol femenino ya mira de igual a igual al masculino es la incorporación del aficionado tóxico, el que sigue los partidos por ver a su equipo fracasar y ansía una derrota que le dé la razón. Un mérito que ha conseguido alguien tan aparentemente inocuo como Jorge Vilda. Le aborrecen como en tiempos a Clemente; le tildan de apesebrado de Rubiales tal que a Luis Enrique y habrían gozado viéndole abandonar la concentración al estilo de Lopetegui en Krasnodar.
Vilda es el héroe involuntario que el fútbol femenino necesitaba
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