‘The Bear’: cuando el amor por el trabajo es una estafa

Todo lo que nos hizo amar The Bear en su primera temporada se nos ha ido aguando en la segunda. Aquella primera tanda de asfixiantes (pero gloriosos) ocho episodios, una postal del caos en la cocina de un restaurante de Chicago, se sintió como una metáfora del estrés colectivo de 2022. Llámenlo el efecto Carmy, pero más allá de lograr que gritásemos “¡Yes, chef!” cada vez que nos calentábamos las sobras en la sartén y no en el microondas, la historia de Carmen Carmy Berzatto (Jeremy Allen White) era mucho más que una serie sobre cómo salvar un negocio cochambroso. Algo había de nuestra ansiedad en la agonía de ese cocinero educado en fogones daneses que vuelve a casa para intentar salvar el local de bocadillos de ternera que regentaba un hermano que se acaba de suicidar. Si The Bear explotó de forma inesperada, si conquistó a crítica y público por igual, fue también por indagar en lo que pasa cuando has colocado en un pedestal a la masculinidad más tóxica, funcionar como una parábola de la adicción (drogas, trabajo, qué más da) y, de rebote, alertar de los peligros de la gentrificación y la deshumanización extrema del capitalismo tardío. ¿Cómo no íbamos a engancharnos a aquella trama si su historia era un reflejo de la nuestra, la de una sociedad quemada e insomne por del trabajo?

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