Mario Casas llega a pie, con unas gafas de sol, un gorro y una delgadez que le sirven de salvoconducto entre el gentío. La cita es en una de esas iglesias del centro de Madrid donde todavía se casan como Dios manda los hijos de las familias con posibles. Los últimos fieles se cruzan a la salida con los técnicos de Escape, la película que está rodando Rodrigo Cortés, que introducen en el templo cables y focos para la grabación de esta noche. El actor los saluda con un gesto y se mete por una puerta lateral que conduce a las dependencias de Cáritas. En la primera planta hay una gran bandeja con bocadillos y refrescos y un cura muy amable con sotana y alzacuellos. El sacerdote es clavado a Josep Maria Pou, pero el tentempié es de verdad. Casas, que apenas tiene un hilo de voz —el rodaje de anoche a la intemperie le ha pasado factura—, sigue a un miembro del equipo hasta una sala presidida por un gran crucifijo. Allí, detrás de un biombo, una enfermera le pone una inyección en el culo cuyos efectos son dignos de ver y sobre todo de escuchar. A medida que Mario Casas habla, su voz, que al principio era casi un susurro, va adquiriendo cuerpo, volumen, nitidez.
Estilismo
Juan Cebrián
Producción
Maia Hoetink
Maquillaje y peluquería
Olga Holovanova (Another Agency) para Chanel Beauty
Diseño de set
Lucía Suazo
Asistente de fotografía
Pedro Urech Bedoya
Asistente de estilismo
Paula Alcalde
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