Hay un viejo tópico que dice que se come bien en restaurantes de carretera donde paran muchos camiones. Los vehículos pesados lo tienen fácil para elegir en los 70 kilómetros de la Nacional I en Burgos, una carretera condenada a un uso secundario tras liberarse, en 2018, el peaje de la autopista A-1, que discurre paralela a ella. Los bares y hostales resistentes se basan en un contundente menú del día y en el cariño a los viajeros reacios a cambiar de ruta entre gasolineras venidas a menos. El frenesí de la antigua autopista de pago contrasta con la quietud de la carretera convencional, dominada por transportistas, residentes de pueblos cercanos al asfalto y los últimos nostálgicos de las rutas nacionales. Aún queda romanticismo en las áreas de servicio.
Los últimos viajeros de la primera carretera nacional: vida y muerte de la N-I en Burgos
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