Cualquiera que haya paseado por El Cairo sabrá que los coches son prácticamente omnipresentes. El espacio público está diseñado sobre todo para ellos. Durante el día, es muy habitual encontrarse vehículos aparcados en doble o triple fila, a menudo ocupando cualquier indicio de acera. Cruzar grandes vías requiere dominar con maestría las dimensiones de espacio y tiempo (y cierta fe en Dios): moverse un segundo antes, o avanzar medio metro de más, podría resultar fatal. El tráfico en ciertas arterias de la ciudad es inmutable. Incluso cuando no los ves, sabes que los coches están allí: los conductores son adictos al claxon, también cuando circulan solos.
La odisea de comprarse un coche en Egipto
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