La ‘dolce vita’ del cóctel: el resurgir de los combinados de autor en Italia

El camarero, con la chaquetilla blanca impoluta y la bandeja en la mano izquierda, zigzaguea y esquiva a un par de clientes, para en seco y pregunta en italiano: “¿El Garibaldi para quién es?”. Una persona levanta la mano y recibe el vaso, alargado, terminado con un gajo de pomelo y el líquido de un color asalmonado, a medio camino entre la intensidad del rojo del Campari y el zumo de naranja, sus ingredientes. Estamos en Camparino, catedral del buen beber, fundada en 1915, y desde la que se divisa el duomo milanés, a escasos 200 metros. “Aquí hay meses que servimos unas 5.000 bebidas”, comenta el muchacho que ha sacado el cóctel. Las tres plantas de este edificio se encuentran plagadas de decoración futurista. El artista Fortunato Depero colaboró con la marca allá por los años veinte, diseñando hasta una característica botella triangular para una de las mezclas que habían inventado, el Campari Soda. Aún se sigue vendiendo, muchos de los carteles de la ciudad la anuncian.

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