Cruzar los días

San Mamés. Athletic Club-Betis. Último minuto del primer tiempo. Mikel Vesga coloca el balón en el punto de penalti para intentar igualar el marcador. Los satélites están todos emitiendo y la Tierra flota en el universo. Un rato antes, el centrocampista del Athletic ha transformado otra pena máxima e inyectado así fe a una parroquia rojiblanca que casi la había perdido del todo cuando los sevillanos se habían puesto 0-2. Rui Silva, portero visitante, estira los brazos para parecer más grande, como un animal acorralado. Apenas veinte metros detrás de él, fundido en una multitud expectante, mi hijo de doce años, que hace tiempo que se ha convertido en un hincha quejoso, de esos que siempre prevé lo peor con la supersticiosa intención de que no acontezca, se lleva las manos a la cabeza y afirma: “Lo va a fallar, aita, es malísima idea que un jugador lance dos penaltis en el mismo partido”. Argumenta que el portero ya sabe hacia dónde ha disparado Vesga el anterior, así que, como lo normal es no repetir la dirección del lanzamiento, Rui Silva se tirará al mismo lado al que Vesga ha lanzado el primero, porque es consciente de que el jugador también habrá pensado que él espera que cambie la dirección del chut y que por eso no lo hará. Mientras habla, recuerdo la escena del siciliano y la copa de veneno en La princesa prometida.

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